sábado, 17 de diciembre de 2011

Ángeles sin alas


Hay días en los que te levantas y lo ves todo gris, otros en que lo ves todo negro y otros simplemente no te levantas y dejas que las sábanas te protejan de todo lo que  pueda hacerte daño.  Pero hay personas que nos recuerdan por qué vivir, por qué luchar, personas que nos recuerdan que no todo está perdido, que te ponen una coraza por encima de tu ropa y te mandan al campo de juego, a pelear por tu vida, por tus sueños. Por mucho que tiembles, por mucho que quieras escapar y huir de los problemas, ellas te obligan a enfrentarte a la realidad, a lo que más temes. Esas personas te ayudarán a levantarte y a luchar, jamás permitirán que vuelvas a caer, a esas personas se las conoce como ángeles pero yo simplemente prefiero llamarlas mejores amigos.

domingo, 11 de diciembre de 2011

El chico de fuego

holitas holas!! bueno, esta entrada es una pequeña historia que escribí para un concurso de historias colegiales (más que nada para que me subiese la nota en legua), asi que a ver que os parece:


Intentó parar aquella pelota de fútbol que iba directamente hacia él, sin éxito, aquél balón iba a tanta velocidad que simplemente lo dejó pasar, sin hacer ningún esfuerzo por detenerlo. La pelota tocó la red y los vítores de los jugadores resonaron en aquel patio de colegio, incluso por encima del murmullo que siempre rondaba a aquellas horas. Echó una mirada a uno de los jugadores de su equipo, éste se pasaba el dedo índice de su mano por el cuello, el chico tragó saliva. No sólo tenía que aguantar los balonazos que había recibido en el partido, que le dejarían moratones por lo menos un mes, sino que hoy le tocaba paliza al final de las clases. La campana sonó y él soltó un suspiro de alivio, abandonó la portería tan rápido como pudo y su unió a la multitud que subía por las escaleras, de camino a clase. Caminaba por el pasillo, con gente a ambos lado de él, cuando algo o alguien hizo que se tropezase, y cayese de bruces al frío suelo. La gente a su alrededor se reía por su caída, a él no le hacía gracia, giró su cabeza y vio detrás suya a varios alumnos que reían a carcajadas, todos de su clase, bromeando sobre cómo le habían puesto la zancadilla y cómo se había caído. El muchacho sólo suspiró por quien sabe cuánta vez en el día. Se puso en pie y tras varios empujones por parte de aquellos chicos entró en su clase.
Clase de historia, la profesora, una mujer de armas tomar, era tan rígida y estricta que pocas veces se preocupaba por sus alumnos. Aquel chico de ojos azules pasó una clase entre risas por lo bajo, miradas de reojo y collejas por parte de aquellos chicos. Él poco podía hacer, lo había intentado todo: hacerles frente, contárselo a sus profesores, la última vez que lo hizo acabó con tres costillas rotas y moratones por todo el cuerpo. Ahora sólo le quedaba una cosa por hacer: no hacerles caso, suponía que ya se cansarían de molestarle. Tras hora y media de clase, a lo que a él le parecieron muchas más, recogió sus cosas y se encaminó hacia la salida mezclándose con el tumulto de gente, esperando así, poder camuflarse entre ellos. Ya iba de camino a su casa cuando en una plaza cerca de su instituto unos muchachos, los mismos de antes, le cortaron el paso. Eran tres y se estallaban los nudillos mientras reían por lo bajo. La paliza duró sólo unos minutos, le agarraron por la chaqueta y lo empujaron al suelo, segundos después le daban patadas mientras aquel chico se protegía la cabeza con las manos mientras lágrimas caían por sus mejillas, entre gritos de ayuda y dolor, hasta que una patada en la boca lo calló, saltándole varias muelas en el proceso, la sangre salpicó el suelo.
-          La próxima vez no dejes escapar el balón.- Le dijo uno de aquellos chicos, el más grande, mientras le escupía y se daba la vuelta escoltado por los otros dos.
Llegó a casa a duras penas, cojeando, con moratones en las costillas y con dificultad para respirar. Lo primero que pasó al abrir la puerta fue la bofetada de su madre impactando en su cara. Siguió adelante, ignorando a su madre que le empezaba a gritar,  mientras le venía un olor a whisky que, por un segundo le mareó. Lo oía todo  muy lentamente, con pitidos intermitentes y con el eco de la voz de su madre resonando en las paredes de su cráneo. Se encerró en su habitación con pestillo, tiró la mochila encima de  la cama y se acercó a su espejo. Miró con detenimiento su reflejo: ojos azules vacíos, ahora adornados con moratones, el labio había parado de sangrar y había formado una costra de sangre seca, al igual que la nariz. Se desvistió con cuidado, haciendo muecas de dolor cuando movía los brazos y se dirigió al baño, allí se examinó el cuerpo, un cuerpo delgado y algo escuálido lleno de mazaduras moradas, negras y de un color verduzco que contrastaba con su blanca piel. Se miró a los ojos en el espejo, el flequillo negro le caía sobre la frente, casi ocultándolos. Abrió el cajón y cogió unas tijeras. El suicidio, pensó, recostándose contra la pared. Alzó aquel instrumentó que relució contra la luz de la habitación, lo había pensado tantas veces, pero nunca lo había llegado a hacer, quizás por cobardía, quizás porque, muy en el fondo todavía le quedaba algo de esperanza. Entonces, algo se encendió en su interior, sonó como un “click”. Lo tenía todo, pensó, todo lo necesario para acabar con su sufrimiento, y no era precisamente el suicidio. Se metió en la ducha y más tarde se fue a dormir, el día siguiente sería un día muy largo.
Aquel era el día, el día en que todo acabaría, se levantó, se vistió y bajó a la cocina, metió una garrafa naranja en su mochila, sabía que la tenía su padre para emergencias, por último, cogió una caja de cerrillas y salió a la fría calle de diciembre. 
Llegó al portalón del instituto en apenas diez minutos, y allí estaban aquellos malnacidos, en cuanto pasó delante de ellos, no dudaron en empujarle al suelo y empezar a burlarse de él, llamándole cosas como “emo” o “heavy”. Todo acabará hoy, pensó mientras tragaba saliva desde el suelo, algunos de los alumnos allí presentes se reían,  otros desviaban la mirada, y otros simplemente le ignoraban, como si no tuviera nada que ver con ellos. Corrió al baño y cuando tocó la sirena se quedó allí, esperando a que toda aquella gente entrara a clase. Se volvió a mirar al espejo, y recordó que, en otro tiempo, él era feliz, no lograba recordar cuándo había sonreído por última vez, eso fue lo que le impulsó a hacer lo que estaba a punto de hacer. Se dirigió a conserjería, a esa hora el conserje estaría tomando un café, ligando con la secretaria, abrió el cajón de las llaves y cogió un manojo, se las guardó con cuidado en el bolsillo y salió de puntillas, sin hacer ruido. Subió las escaleras con la sangre pitándole en sus oídos, el pulso desenfrenado mientras sacaba de su mochila aquel bidón. Se iba acercando a la clase, cada vez estaba más cerca, y cuanto más se acercaba, más recordaba lo que aquellos chicos, si se les podía llegar a llamar así, le habían hecho, él era un niño normal, con sus amigos, una familia que le quería, nunca suspendía, y, mírate ahora, pensó, con miedo a levantar la mano en clase. Allí estaba ante él, la puerta de aquella sala, sacó las llaves y la cerró con cuidado, después se dirigió hacia la otra puerta, la abrió de repente, provocando un espasmo en la profesora y en los alumnos, míralos, pensó, tan…normales, lobos disfrazados de piel de cordero. Vació el contenido de aquel bidón salpicándolo todo de aquel líquido, lo tiró a un lado, ahora vacío y de su bolsillo sacó una caja de cerrillas, encendió una y la tiró al suelo. Mientras se daba la vuelta pudo notar el calor que emanaba de la clase, cerró la puerta con llave y se alejó por el pasillo mientras oía los gritos de sus “compañeros” resonar en sus oídos.

Miraba por la ventana al día nublado, desde que estaba allí encerrado no había vuelto a tener pesadillas y los moratones casi se habían curado. Allí le trataban bien, era todo blanco y eso le calmaba, se podía decir que estaba contento, aunque sólo llevara allí un mes más o menos, en aquella sala se perdía la noción del tiempo. La enfermera entró en la habitación.
-          Es hora de tus medicinas.- Exclamó, intentado darle ánimos al chico de los ojos azules que estaba sentado junto a la ventana. Él se fijó en su cuello, tan pálido y suave, casi podía oír sus venas golpeándolo, bombeando sangre, se imaginó aquel cuello manchado de escarlata, de sangre que emanaba de la herida de aquella chica, y se imaginó a él con un cuchillo en la mano cubierto de aquella sustancia roja.
-          Claro.- Respondió, pestañeando, debía alejar esos pensamientos y comportarse bien, sino no saldría de aquella clínica nunca, no podía estar ahí para siempre ¿o sí? 

jueves, 17 de noviembre de 2011

Abrió la puerta de la casa y la cerró de un portazo, dejó caer la mochila en el suelo cansada. Otro día de mierda, en una escuela de mierda, pensaba, cuando lo vio pasar rumbo a la cocina, apenas una sombra borrosa con un jersey negro. "otra ilusión", pensó ella dejando escapar un suspiro, pero ¿y si era real?¿y si él estuviera allí de verdad? tenía que saberlo. Apresuró el paso hacia la cocina, donde él había ido, la recorrió con la mirada... nada. Un movimiento, estaba segura de que era él, acababa de ver sus cabellos dorados. Esta vez corrió de vuelta al pasillo, otro movimiento, el mismo jersey, la misma persona. Se fue rumbo al sótano, se apresuró a bajar las escaleras de madera que gimieron bajo su peso. El sótano, aquella sala oscura y húmeda que tanto miedo le daba desde que llegó a esa casa.

- ¿Ethan? ¿Ethan estás aquí?. Sus palabras resonaron en la gran habitación.- Ethan no tengo ganas de jugar al escondite.- estaba perdiendo los nervios, notaba la mirada de alguien detrás suya.- ¡Sal de una vez!.- Gritó.

Entonces aparecieron todos a la vez, salieron como sombras de la oscuridad, rodeándola.

- Mira lo que me hizo.- Susurró la voz de una mujer que había aparecido a su lado, estaba toda mojada y vestida con un camisón blanco.

La chica gritó, intentó dar media vuelta pero un hombre con un gran golpe en la cabeza, la cara ensangrentada y una mujer con el cuello abierto y el cuerpo lleno de sangre le taparon el paso.

- Señora, he tenido un accidente con el coche y estoy herida, necesito ayuda.- Susurró una mujer
- ¡NO!- La chica grito y corrió por la habitación rumbo a las escaleras, detrás suya unos hermanos gemelos con el cabello anaranjado corrían mientras jugaban con tirachinas y reían.
Cuando consiguió llegar a las escaleras, una figura surgió de las sombras, esta vez un médico con una mascarilla y un extraño aparato metálico en las manos.

- ¿Te ha medicado mi mujer?¿estás preparada para la intervención?- Preguntó.

La chica corrió escaleras arriba, pasando por el vestíbulo y recogiendo su mochila en el camino, subió corriendo las escaleras. Eran alucinaciones, estaba segura de ello, ¿qué más podrían ser? no dejaba de pensar en ello con sus voces resonando en su cabeza. Se paró en medio de las escaleras, aún con la mochila en la mano. Algo la hizo pararse, música, sí, música, resonaba en toda la casa y venía de su habitación, pero ella no había estado allí todavía. Era Ethan, tenía que serlo. Volvió a emprender la carrera y llegó a su habitación jadeando por el esfuerzo. En efecto, la música resonaba desde su minicadena a un volumen atronador. Se acercó hasta la estantería y lo apagó. Se dió la vuelta y en su pizarra alguien había escrito algo con letra irregular, sólo dos palabras que hicieron que su mundo comenzara a dar vueltas : te amo.

Se dejó caer en el suelo, cansada, apoyando la espalda en la cama. Se encogió sobre sí misma y comenzó a llorar. Levantó la vista con la mirada inundada en lágrimas que dejaban regueros de agua salada por su cara. Su mirada se fijó en la mochila, tirada de cualquier manera cerca del escritorio, veía la mochila sin mirarla realmente. Se arrastró hacia ella y, con cuidado sacó un bote de pastillas. Lo miró a la luz de la lámpara. Simples pastillas que no harían daño, si se tomasen en pequeñas cantidades. Se acordó de la mierda de vida que llevaba, de sola que se encontraba y que en unos simples movimientos acabaría todo el dolor. Sus manos actuaban por si solas, abrió el bote de pastillas y sacó una botella de agua de la mochila. Se tragó una, luego otra, otra, después un puñado y la botella de agua se acabó, dejó caer el bote al suelo. Se puso de pie con dificultad, tambaleándose de un lado a otro y se acostó en la cama, encogida sobre sí misma, tenía sueño, mucho sueño y lentamente fue cerrando los ojos.

El chillido resonó en toda la casa, seguramente se hubiese oído fuera. Un chico de cabellos rubios y un jersey negro arrastraba un cuerpo inerte por el pasillo. Gruesas lágrimas descendían por sus mejillas. "Los hombres no lloran" solía decirle su padre. Eso ya no importaba, se dijo a sí mismo. Lo importante ahora era salvar a la razón de su existencia, a su vida, a ella.

- ¡NOO! Violet, no te mueras, no por favor.- Sollozaba el hombre mientras arrastraba el cuerpo de la chica por el pasillo, rumbo al baño.- No te mueras Violet, no me dejes.- Volvía a gritar mientras nuevas lágrimas caían por sus mejillas.

Llegaron al baño, él metió a la mujer en la bañera, junto con el. Abrió el grifo del agua fría, y el líquido empezó a mojarles, aunque ella seguía sin abrir los ojos, sin moverse, como si estuviera...no, no podía estarlo. Inclinó su cuerpo y metió sus dedos en su boca. Haría lo que fuera por ella, y no dejaría que nada ni nadie la hiciese daño, aunque fuera ella misma

- Vamos Violet, por favor... no me dejes, por favor.- Susurraba en su oído. como si pudiera escucharle.

La chica se convulsionó y expulsó lo que, seguramente había sido su comida. Tosió, jadeó y volvió a toser. Miró desconcertada a su alrededor, empapada de pies a cabeza y con unos fuertes brazos rodeando su cuerpo. Alguien, detrás suyo sollozaba y suspiraba.

- Violet...-Susurró el chico en su espalda.

Ella volvió a llorar, él la abrazó más fuerte,y ambos se quedaron bajo el frío chorro de la ducha, juntos.

sábado, 29 de octubre de 2011

Dos

             Mario

Mario tiene ocho años de vida, mira por la ventana porque es lo que más se le parece al mundo real, vive en una pequeña habitación de hospital, con las paredes blancas y las sábanas a juego. Mario quiere tener amigos, quiere salir de la habitación y correr, y correr… correr hasta que le sangre los pies y le duelan las piernas, quiere sentir el viento en su cara y que le  despeine el cabello, como antes. Mario quiere volar cometas en la orilla de la playa con sus padres, quiere aprender a bailar y conocer a chicas tan guapas como las de las películas, quiere cogerlas de la mano, susurrarle cosas bonitas al oído y besarlas. También quiere viajar y ver mundo, quiere ir a Londres, París, Roma… pero sabe que nunca podrá hacerlo, lo tiene asumido y por eso no se pone triste. Es muy fuerte y valiente para su edad, él no llora, al contrario que su padre y su madre, aunque lo hagan bajito y escondidos, él puede escucharlos. ¿Sabéis que quiere también? Quiere aprender a andar en bicicleta sin ruedines, como los chicos mayores y cazar luciérnagas en las noches de verano, quiere abrir la ventana y echar a volar, como los pájaros que le despiertan cada día, quiere volar tan alto y tan lejos que nadie pueda encontrarlo. Mario quiere sonreír, hace mucho que dejó de hacerlo y lo echa de menos. Siempre lleva una pañoleta roja en la cabeza para ocultar que no tiene pelo, aunque a él no le importa, dice que la lleva roja porque es la que llevan los piratas de sus libros, esos que viajan por todo el mundo, que luchan con espadas, que llevan tesoros enormes y se quedan con las chicas más hermosas, Mario a veces quiere ser uno de ellos. Puede que Mario no llegue al año que viene, puede que nunca vaya a un baile y que nunca bese a una chica. Mario quiere vivir hasta los cien años, aunque sabe que no pasará de los diez. Seguramente vosotros, que leéis esto, ya sepáis lo que le pasa a Mario, tiene cáncer, por eso quiere pediros que hagáis una cosa por él, me lo ha dicho al oído muy muy bajito: quiere que sonriáis cada minuto de vuestra vida y que la aprovechéis por él, que no puede hacerlo, quiere que seáis valientes aunque las cosas se pongan muy muy muy muuuuy feas, aunque no lo sepáis Mario os ha hecho un regalo, es un regalo pequeño, pero un regalo al fin y al cabo: os ha regalado una sonrisa, la única en mucho tiempo, aprovechadla porque puede que sea la última.                                        

Uno


Te he perdido entre la gente,
te he adorado y te he odiado,
y en el fondo sabes bien
que en los peores momentos
llevas dentro un ángel negro
que nos hunde a los dos.

Y cuando llega el nuevo día
me juras que cambiarías si,
pero vuelves a caer.
Te dolerá todo el cuerpo,
me buscarás en el infierno,
porque soy igual que tú.

Todo lo que siento por ti, sólo podría decirlo así.
Todo lo que siento por ti, sólo sabría decirlo así.

Para viajar a otros planetas
por corrientes circulares,
te di una cápsula especial.
Pero ahora tú cabeza
es una tormenta de arena
y cada noche una espiral.

Y cuando llega el nuevo día
me juras que cambiarías si,
pero vuelves a caer.
Te dolerá todo el cuerpo,
me buscarás en el infierno,
porque soy igual que tú.

Todo lo que siento por ti, sólo podría decirlo así.
Todo lo que siento por ti, sólo sabría decirlo así.